Por: José Obdulio Espejo Muñoz
Amparado en la ambivalencia de su doble condición de senador y candidato a la Presidencia de la República, Gustavo Petro Urrego publicó un ofensivo trino en la red social Twitter que enfureció al actual comandante del Ejército Nacional, general Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda, quien no tuvo reparos en contestarle con duros términos.
Varios días después, cuando aún resuenan los ecos de este episodio y el país está a la expectativa de qué va a pasar con el alto mando militar ?sindicado de ser deliberante y de participar indebidamente en política?, conviene tener otra mirada que permita entender las características únicas del incidente.
Si bien algunos sectores de la prensa y un par de analistas consideran que el general Zapateiro se extralimitó en sus trinos contra Petro, para mi gusto esta es quizá la salida más gallarda que le he visto en su condición de comandante del Ejército, como quiera que su gestión se ha caracterizado por erráticas interacciones mediáticas que han hecho de él uno de los mandos castrenses más polémicos de los últimos lustros.
Su actitud se corresponde con el mínimo que un soldado ?activo o en calidad de veterano o de la reserva? espera de quien ocupa el solio de comandante de una institución armada como el Ejército. El hilo de trinos del general tiene una correspondencia univoca con el tamaño de la afrenta, como quiera que las irresponsables sindicaciones de Petro sobre el cuerpo de generales de las Fuerzas Armadas ?“[…] Mientras los soldados son asesinados por el clan del Golfo, algunos de los generales están en la nómina del clan”? no merecían respuesta distinta.
Este suceso coloca al general Zapateiro al mismo nivel de otros oficiales de alta graduación que, en el pasado de nuestra convulsionada historia política, antepusieron el honor ?palabra que designa una cualidad moral en desuso en Colombia? a la prudencia. Me refiero a los casos de los generales Alberto Ruiz Novoa (1965), Guillermo Pinzón Caicedo (1969), Álvaro Valencia Tovar (1975), Fernando Landazábal Reyes (1986), Harold Bedoya Pizarro (1996), Ricardo Emilio Cifuentes (1996) y Jaime Ernesto Canal Albán (2001).
Así es, ¡honor! Ese sustantivo que desconoce el senador y candidato que tiene por jefe de debate a un politiquero que ha mudado cinco veces de partido político y es señalado de haber manejado mafias de contratación en Caprecom y en la ESAP, incluso con un proceso abierto por corrupción en la Corte Suprema de Justicia. Cualidad ajena a este adalid de la moral que tiene por fórmula vicepresidencial a una mujer afro que ha cobrado subsidios que el Estado otorga a los pobres, pese a poseer a su nombre dos apartamentos en Cali avaluados en más de 200 millones de pesos, según una investigación de La F.M. Conducta que no practica el candidato del “todo vale”, captado en un video recibiendo dinero en una bolsa de basura negra y que ni siquiera se sonroja cuando se le recuerda este nefando episodio.
Creo que en este último punto radica el quid del malestar de Petro y de sus áulicos con el general Zapateiro. Quizás el mayor atrevimiento del alto mando militar fue recordarle a este país amnésico, el aberrante y amoral acontecimiento del que Petro salió bien librado por cuenta de la prescripción de su presunto delito, cuando la Corte Suprema de Justicia se abstuvo de abrir una investigación penal en su contra.
Ahora bien: ¿Fue deliberante el general Zapateiro con sus trinos y es evidente su participación en política como se sostiene desde las toldas del Pacto Histórico y sectores opositores al Gobierno?
En este país de rancia tradición santanderista ?donde la ley se interpreta según el ojo de quien la consulte?, este rifirrafe tuitero ha tenido una doble lectura. Para el círculo de confianza de Petro y sus huestes, asistimos a una grave intervención en política del comandante del Ejército, en tanto que, para otras personalidades y sectores más allegadas a la institucionalidad, no es más que la reacción desmedida, pero propia de quien comanda un cuerpo armado con pergaminos e historia.
Pero ¿qué dicen la Constitución y la ley? Con el fin de garantizar nuestra neutralidad política, a los militares colombianos se nos restringe el ejercicio de algunos derechos políticos fundamentales: la posibilidad de deliberar; reunirnos, salvo por orden de autoridad legítima; dirigir peticiones a las autoridades, excepto sobre asuntos que se relacionen con el servicio y la moralidad del respectivo cuerpo; mientras permanezcamos en servicio activo, ejercer la función del sufragio o intervenir en actividades o debates de partidos o movimientos políticos.
De hecho, en la argumentación de algunas de sus sentencias, como la C-225 de 1995, la Corte Constitucional ha señalado claramente que “[…] la función de garante material de la democracia, que es un sistema abierto de debate público, le impide a la fuerza pública y a sus miembros ?que ejercen el monopolio legítimo de la fuerza? intervenir en el mismo”.
Sin atisbos maniqueístas y leguleyos, en el trino inicial de Zapateiro y los subsecuentes hilos de este no hay explícitamente insubordinación del militar contra el poder civil o contra la democracia, que induzca a creer que fue vulnerado el carácter no deliberante de los uniformados colombianos, salvo la exigencia de respeto ante una afirmación calumniosa. Tampoco se observa intervención en una actividad o debate del Pacto Histórico, pues se trata de responder a una acusación temeraria que no se sabe si la hizo el senador o el candidato, quien, a la usanza del mejor estratega, se escuda en la inmunidad de su investidura parlamentaria.
En este orden de ideas, si la defensa que hizo de la institución castrense el actual comandante del Ejército se traduce en su destitución, llamamiento a calificar servicios o sanción disciplinaria, en los anales de la historia quedará grabado que su salida la hizo por la puerta grande, pero jamás por la trasera. Bienvenidos otros generales Zapateiro que, con la debida sujeción a la democracia y a los poderes públicos, le canten la tabla a quienes denigran sin ton ni son de sus soldados y policías. ¡Jamás la subordinación debe ser entendida como sumisión ante la ofensa, la desfachatez y la arrogancia!